GRANUJA DE BARRIO

Ricardo no tiene trabajo, y tampoco lo está buscando. Sin un peso, ha descubierto que ser un buen conversador, y hacer compañía, es suficiente para conseguir vivir del prestado de los amigos, y del fiado de las tiendas del barrio, pagando a unos con el prestado de los otros, y viceversa. La angustia de vivir en esa cuerda floja, dependiendo de los demás, la sienten los otros, porque a él lo tiene sin cuidado.

Pero si no fuera por esa actitud, tal vez Berenice, la mesera del restaurante de la esquina, no tendría reparos en salir con él. Además de arreglárselas para escabullirle un plato de almuerzo gratis en la mesa del rincón, podría encontrar la forma de obviar sus aspiraciones, y aceptarle por fin la invitación de acompañarle en las calladas noches; que son el único reparo que Ricardo tiene de su propia vida.